
Recuerdo como ahora el momento en que te vi
por primera vez. Qué linda tu cara la primera vez que te miré, que me miraste,
que nos miramos. Era una mezcla de ternura, ansiedad y confort. En fin,
estamos. El abrazo tan esperado tenía el calor que el invierno europeo me
intentaba quitar y el beso que siquiera imaginé hacerse verdad, se hizo. El
beso me abrigó, me confortó, me pasó seguridad. Me sentí en casa. Pero la
sensación no duró tanto. De repente, el suelo se me fue, no sabía qué pensar,
qué hacer, cómo reaccionar. El beso no se repetía y el abrazo se alejaba a cada
tanto. Ya no sentía tu mirada hacia mí, antes se huía. Intenté de todos modos
hacer que nada de eso me hiciera daño, me tocara, me cambiara. No pude. La
mirada perdida en algún lado o usada con pesar, inquietud, me hizo querer
gritar, huir… Segura de las respuestas y abrigada en mi dolor, aún así
pregunté, y la respuesta me dañó el alma. Buscaba en todos lados la seguridad
que había sentido hace poco y sólo encontraba el desaliento.
Verte sufrir
por hacerme sufrir me destrozó, debería encontrar una forma de arreglarlo o de
al menos, hacerte creer que todo estaría bien. No podría hacerte infeliz por mi
infelicidad. Busqué fuerzas dónde no sabía que existían, me sequé las lágrimas
y me puse de pie. De todo, siempre restaba algo bueno y eso debería sacarme
hacia adelante. Pero qué difícil mirar el alrededor, todo el ambiente
romántico, el hombre a quien tanto quería a mi lado y tener solo la soledad
como abrazo.
La primera vez
que me quisiste tocar fue una mezcla de deseo, esperanza y desaliento. Quería
tanto que me hicieras el amor… Durante más de tres años esperé la oportunidad
de estar con alguien a quien yo quisiera de verdad y que me quisiera igual. No
pude sentir este querer… El hombre adentro mío me penetraba nomás. No sentía en
tu toque, en tu mirada, en tu beso, el querer que sentí tantas veces desde
lejos. Aún así, nacía en mí la esperanza que desde entonces pudiéramos volver
al comienzo. Pero no pasó. Al día siguiente, el beso de buen día no vino. El
abrazo de cariño estaba más alejado. La mirada era más amarga a cada tanto.
Otra vez lloré, otra vez se me fueron las fuerzas, otra vez quedaba inerte. No
pude dormir, los pensamientos iban y venían en olas que me quitaban el sueño y
me destrozaban el alma. Hice reclamos con la intención de que, en algún lado,
el amigo de antes se despertara y me dijera simplemente “lo siento”. No logré
despertarlo. El hombre que me contestaba al lado yo no lo podía reconocer.
Bajo la
lluvia, bajo un cielo gris, en la ciudad del amor y de los sueños, cuántas
veces al mirar el entorno deseé sentir al menos una mirada dulce. Nunca me
llegó. Pero por la noche, una mano y una boca a veces me tocaban el cuerpo y lo
despertaban. Mi cuerpo, cansado y sediento de algo de cariño, no resistía, se
entregaba en búsqueda de un beso de amor que nunca llegaba. Me preguntaba:
¿Tendrá vergüenza de estar conmigo por la calle? ¿Seré tan poco atrayente que
no quiere ser visto a mi lado? ¿Demasiado vieja? ¿ Hedionda? No encontraba las
respuestas, pero me sentía cada vez más débil y el autoestima completamente
derrumbado. No era capaz de sentirme mujer.
De poco a poco
me fui acostumbrando a la idea de que no viviría mi romance tan soñado. No
serías mi Jesse, yo sería tu Celine. Era disfrutar lo bueno, olvidar lo malo.
No siempre me era posible. El corazón desavisado, inconformado, a veces me
hacía reclamos y yo me quedaba a mirar tu rostro al lado a dormir y me decía a
mí: esa carita jamás volverá a mirarme con el querer y el calor con que lo hizo
cuando todo esto todavía no era. ¿Qué importaba La Bastilla, Versalles, La
Torre Eiffel iluminada, las góndolas de Venecia? Las noches estaban lindas y tú
no estabas conmigo. Prometí a mí que no serías el eje de mi viaje. No lo logré.
Quizás si hubiera más gente, cosas que me cambiaran la atención. Solita a tu lado,
en algunos de los lugares más lindos del mundo, no lo pude, soy demasiado
emoción para lograrlo. Lo siento…
Los días se
fueron avanzando y con ello sentía volverme cada vez más pesada para ti. Ya no
sentía nada de ternura en tu voz, en tus gestos… No importaba que hiciera,
nunca estaba bien. Las respuestas nunca eran las correctas, por fin, ya no
hablaba. Observaba, escuchaba, me perdía en mis pensamientos y guardaba cada
herida en un lugar secreto donde solo yo las accediera.
Cuando la
esperanza ya se me había ido y yo caminaba como si nada, volví a tener mi trozo
de cariño. Jamás olvidaré el beso verdadero que me tocó en nuestra última noche
en Florencia. Fue tan lindo e inesperado que nunca hablé de ello. Quizás para
no gastarlo, no sé. Afuera del bar, el frío me cortaba. Me sentía sola, perdida
en mis pensamientos, en mis dolores y de repente, un beso tierno me tocó los
labios sin que lo rogara. Fue tan lindo que las lágrimas se me vinieron al
borde de los ojos. Inolvidable. Otros besos se siguieron, calientes, fuertes y
me entregué a ti como nunca antes. Pero una noche no dura para siempre…
Año nuevo en
Roma, ¿quién no lo soñó? Un beso tímido una vez más me tocó los labios a la
media noche y quizás seguiría bien toda la noche. Pero la belleza cruzó con
nosotros en la calle y ya no me veías. De insegura que estaba me fui al suelo.
Me sentía la mujer más fea del mundo y hacía reclamos a los dioses “¿por qué no
me hicieron más linda para que me pudiera querer?” No contestaron… Cuando en la
cama me tocó la mano deseosa, sentí que estaba envuelta en hielo. Me picaba, me
dolía y no pude seguir. ¿De respuesta a mi dolor? Un insulto y un choque de
realidad. De tan cansada, dormí.
No hubo más
cariño, no hubo ternura, no hubo una huella más de lo que un día fue mi amigo,
a quien siempre admiré ni del abrazo que probé a la primera vez que te vi. Del
beso en Florencia nada restó tampoco. Tengo el corazón lleno de espinos y me
cuesta respirar.
Escrito en vuelo Roma- Lisboa 03/01/2015
Aline Alves